A mediados del siglo XIX, en la costa de Italia, país experto desde los siglos de esplendor del imperio romano en el arte del salazón, se produce una crisis en la pesca que obliga a buscar nuevas zonas donde desempeñar la actividad. Gran Bretaña y el norte de España son las zonas elegidas. Aquí sobre todo abundan el bonito y el bocarte, este último un pescado muy apreciado por los italianos y que en España apenas se utilizaba como cebo.
Poco a poco desembarcaron en nuestra región empresas italianas dedicadas a la industria del salazón.
Uno de estos empresarios, Giovanni Vella Scatagliota, es el fundador de esta actividad en Cantabria. A él se debe la primera instalación fija y la elaboración del filete de anchoa tal y como lo conocemos hoy en día, incorporando a las mujeres al mundo laboral con el oficio de sobadoras. En aquellos momentos comenzaron a distribuirse en latas rectangulares octavillos en los que la anchoase conservaba en mantequilla, una manera de mitigar el fuerte sabor del pescado y su exceso de sal. Luego Vella lo cambió por el aceite de oliva, abundante en España.
Desde entonces, la industria conservera en Cantabria no ha hecho más que aumentar y especializarse.
Son Santander, Santoña, Laredo, Castro Urdiales y Noja los puertos donde más conserveras encontramos. Trabajando sobre todo la anchoa, pero también el bonito, pulpo, mejillones, berberechos y otras delicias de la mar.
Cantabria cuenta hoy con 80 conserveras de salazón y semiconserva que exportan sus productos a un abundante y creciente número de países alrededor del mundo.